Publicado en TRCI-web
El gobierno de EEUU ha desplegado en aguas del Caribe, próximo a las costas venezolanas, al menos 5 buques militares, un submarino nuclear y un bombardero, junto con alrededor de 4 mil marines. Pese a que el tráfico de drogas se concentra en el pacífico, la administración Trump, por intermedio del secretario de estado Marco Rubio, ha sindicado a Maduro como el jefe de un llamado “cártel de los soles”, justificando este despliegue militar.
La oposición proimperialista venezolana, lidera por María Corina Machado, viene haciendo lobby con la administración Trump para propiciar la caída del régimen e iniciar una “transición” que los coloque en la testera del palacio de Miraflores. Ante este despliegue militarista, han activado las campañas internacionales de apoyo a acciones militares logrando la adhesión de gobiernos como el de Argentina y Ecuador, mientras que los gobiernos de México y de Colombia criticaron la amenaza belicista.
El gobierno de Maduro ha cerrado filas abroquelando las tropas militares y ha llamado al alistamiento de 4 millones y medio de milicianos para hacer frente a una eventual invasión.
Este despliegue militar de parte de EEUU es la continuidad de la política de imposición de aranceles con la que pretende saldar la crisis de la hegemonía yanqui, como continuación de los cuestionamientos a la falta de disciplinamiento de su “patio trasero”, aumentando la presión sobre los distintos gobiernos bonapartistas sui géneris, estrechando los márgenes de negociación de las sub-burguesías latinoamericanas, al tiempo que pretende reducir la influencia comercial sobre todo de China, y de control de recursos tanto de China como del imperialismo europeo.
La movilización de este número de marines no sería suficiente para acometer una invasión terrestre, la que sería la primera en Sudamérica, con dificultades mucho más amplias que las acontecidas en el pasado en distintos contextos históricos en Centroamérica (Panamá 1989, Guatemala 1954, Nicaragua 1912, etc).
Las intervenciones militares yanquis en Sudamérica se realizaron por medio de las propias fuerzas armadas o fracciones de la oficialidad local con quienes planificaron golpes o procesos contrarrevolucionarios como el Plan Cóndor en el cono sur en los 70’s.
La apuesta inmediata tanto de la oposición como de la administración Trump, es apabullar al ejército venezolano, debilitar cualquier apoyo regional, y lograr acelerar la escisión de alguna fracción del mismo consiguiendo un cambio de régimen por la fuerza. También se habla de que sectores del pentágono podrían estar planificando un bombardeo o asesinato dirigido (con o sin una inserción militar acotada) contra la cúpula chavista, similares a los realizados recientemente por Israel contra los líderes militares, políticos y científicos iraníes. Este último escenario es dudoso -y de incierto resultado- y podría acelerar las crisis de los semiestados en la región, que en parte se sostienen enmascarados con la fachada de democracias burguesas decadentes.
Al mismo tiempo Trump, que posa de negociador bajo presión, hace poco más de un mes que acordó con el régimen de Maduro la liberación de los venezolanos deportados sin cargo ni juicio a las cárceles del Salvador, y la reactivación de las licencias de producción de Chevron. Un objetivo clave para el imperialismo norteamericano y los planes de mantener controlada la inflación, que puedan provocar sus propias políticas, con el suministro cuantioso de petróleo y el control de rutas comerciales como el canal de Panamá.
Si bien ha sido masiva la afluencia al alistamiento en las milicias venezolanas, está lejos del apoyo popular que tuvo Chávez en el 2002 que detuvo el intento de golpe por una fracción militar. La misma decadencia de este gobierno bonapartista de querer recostarse en las masas, para regatear con el imperialismo, por el accionar descompuesto del aparato burocrático militar, se encuentra altamente desgastado. Por otro lado una invasión terrestre estaría lejos de propiciar alabanzas populares con banderitas norteamericanas como añora un importante sector de líderes de la diáspora venezolana.
Si bien la economía venezolana ha tenido una magra recuperación económica (si comparamos con la crisis del 2018-19) ésta se basa sobre todo en la afluencia de dólares del mercado negro y la reactivación de la actividad petrolera que nunca dejó de estar ligada a los designios de la economía yanqui, pese al crecimiento de los intereses y negocios con las protoburguesías rusa y china. Los niveles de pobreza, desplome del salario, el repunte de la inflación y de la carestía de la vida, reactivación de algunos sectores pero con magros salarios, avizoran una continuidad de la crisis por la que atraviesa la población.
Ante la agresión y la ofensiva imperialista yanqui los revolucionarios debemos oponernos fervientes con la fuerza de nuestra clase, sin que esto signifique disciplinamiento alguno al chavismo y a la fracción burguesa que representa. Debemos preparar a la clase obrera de la región para resistir y derrotar cualquier ofensiva o intentona militar, así como luchar por la expulsión del imperialismo enfrentando a los gobiernos de la región garantes de su dominación. Ante una intentona militar se debe recurrir a la resistencia armada, la formación de milicias obreras y la ocupación de todas las fábricas y centros productivos imponiendo el control obrero del petróleo y demás recursos.
La unidad de la clase obrera latinoamericana será fundamental, al igual que la ligazón con la clase obrera norteamericana que enfrenta las política de Trump, para boicotear la maquinaria de guerra y disputarle el poder a la burguesía, en el camino de la instauración de gobiernos obreros, de la imposición del poder obrero mediante una federación de repúblicas socialistas de América.