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Por Orlando Landuci

El 1 de octubre de este año se cumple el 70º aniversario de la revolución China. Mientras la burocracia estatal restauracionista del Partido Comunista Chino (PCC) prepara ostentosos festejos, el camino del país a la plena asimilación capitalista choca con las contradicciones determinadas por la descomposición del imperialismo mundial.   

Esquemáticamente, podemos establecer la actual fase de la asimilación de China a partir de la política implemetada por el PCC para responder a la crisis mundial de 2008, que se yuxtapone con el inicio del gobierno del actual mandatario, Xi Jinping. El crecimiento Chino hasta ese momento se apoyaba en un rebosante mercado mundial que tiraba de un crecimiento excepcional de la industria del país basado en las exportaciones. A la base de esto se encontraban las altas tasas de explotación del moderno proletariado chino, nacido más de las reformas capitalistas introducidas por la burocracia restauradora comandada por Deng Xiaoping a fines de los ‘70 que de la revolución, así como de altísimas tasas de inversión de capital, centralmente inversión extranjera directa (IED) de las empresas imperialistas, con las yanquis a la cabeza. El crack económico de 2008 llevó a la crisis de esta relación de China con el mercado mundial y en general de su status en el sistema de Estados. El PCC adoptó entonces un giro hacia una política de aumento del consumo interno para evitar (más bien atenuar) la crisis industrial generada por la caída de las exportaciones, aprovechando una serie de instrumentos económicos aún en manos del Estado, como el mayor control sobre el sistema financiero.

Llegado este punto, es necesario establecer el carácter de este Estado. No podemos más que utilizar la dialéctica y el concepto de transición, ya que sin entender las transiciones sólo podríamos encasillar la realidad en un esquema estático, o en la idea de “modelos” tan cara a la ideología burguesa, tanto en sus ramas académicas económica como sociológica. El ex Estado Obrero chino se encuentra en una transición hacia la plena asimilación al sistema imperialista. Pero no desde el “comunismo” sino desde las conquistas de una revolución que quedó encerrada en las fronteras nacionales y encorsetada en la pelea entre dos sistemas de la posguerra, donde el papel contrarrevolucionario de la burocracia stalinista de la URSS tuvo mucho que ver. Esta revolución conquistó la unidad territorial de la nación oprimida contra el desmembramiento secular a la que la sometía el imperialismo (europeo, más tarde japonés). Sin embargo, la revolución del ‘49 estuvo dirigida por una dirección pequeñoburguesa, que se vio obligada a expropiar a la burguesía por la dinámica de la lucha de clases mundial no siendo este su programa, estableciéndose una transición al socialismo trunca desde su propio inicio. El Estado Obrero degenerado que se creó no avanzó ni un milímetro en el programa proletario comunista de su propia extinción, constituyéndose a su cabeza una burocracia contrarrevolucionaria centralizada en el PCC que años después avanzaría en la restauración capitalista en estrecha alianza con el imperialismo norteamericano.

Sin embargo, lejos de los planteos que hacen varios intelectuales y corrientes de izquierda sólo basados en estadísticas burguesas, China no se ha convertido en un rival imperialista de EEUU. Ciertamente, ese es el objetivo de Xi y el PCC, pero para ello el país debería completar su asimilación, liquidando los resabios del control estatal sobre las palancas de la producción y recreando una clase capitalista plenamente independiente del imperialismo, con un control como clase de las principales ramas industriales y sobre todo del sistema financiero. Esto se ha demostrado, por ahora, en algo muy alejado de la realidad. Las empresas Chinas, cuyos nombres han aparecido con fuerza en la prensa en los últimos años, ni siquiera controlan el mercado de las principales ramas dentro del mercado Chino. En cuanto a las exportaciones industriales, las empresas privadas de capital “nacional” representan apenas un 10% del total, y las estatales una proporción incluso menor (datos de 2017), mientras las empresas con participación extranjera, ya sea de propiedad extranjera o “joint-ventures”, acaparan un 85-86% de la torta. Podemos decir que en el camino de la asimilación, China está más cerca de convertirse en una semicolonia, aunque ese proceso también implica fenomenales contradicciones. Y esto sobre todo en el enfrentamiento con el que se ha convertido en uno de los proletariados industriales más numerosos y concentrados del planeta. En cualquier caso, a donde va China se determinará en la arena de la lucha de clases mundial.

Fuga hacia adelante

Volviendo a la política del PCC y de Xi para dar respuesta a la crisis de 2008, el reemplazo del crecimiento basado en las exportaciones por una política centrada en el mercado interno se dio en paralelo a una escalada sideral de la deuda, que trepaba a un 260% del PBI en 2016 y alcanzaba 328% del PIB el año pasado. Por otro lado, China tienen vedado el mercado de exportación de capitales por lo cual el PCC ideó una política de acuerdos de infraestructura con otros estados para poder dar una vía de escape a la acumulación excesiva de capital dentro de sus fronteras a partir de la “Iniciativa del cinturón y la ruta de la seda”, o nueva ruta de la seda, con el objetivo de unir las cadenas de abastecimiento y producción del país en una línea que atraviesa Asia hasta llegar a Europa. Nótese que es un proyecto muy ambicioso pero que no puede encararse como las típicas adquisiciones y fusiones a que nos tienen acostumbradas las empresas imperialistas en los años pos 2008, con ejemplos resonantes como la fusión FIAT-Chrysler, o la ultramonopolización de la producción aerocomercial con las compras de Embraer por Boeing y de Bombardier por Airbus. La ruta de la seda implica acuerdo entre el Estado chino y otros Estados extranjeros, necesariamente. Esta política ha implicado una intervención más activa de China en la diplomacia mundial, y también mayores apuestas en el plano militar. Y también ha significado una caída progresiva, año a año, de las tasas de crecimiento, hasta llegar a un 6,2% del PBI calculado por el FMI para este año. Esto último debe comprenderse en el cuadro de estancamiento de la economía mundial de conjunto, por un lado, y por el otro por la intervención activa del imperialismo en la disputa abierta por definir el futuro de China, cuyo último acto es la guerra comercial lanzada por Trump. Las últimas medidas adoptadas por el PCC ante estos desafíos van en el sentido de un mayor control burocrático-estatal sobre las empresas privadas, con la designación de 100 funcionarios para integrarse a los directorios de las empresas tecnológicas de la ciudad de Hangzhou, incluyendo a gigantes como Ali Babá, el fabricante de bebidas Wahaha y la automotriz Hangzhou Wahaha Group Co.

Guerra Comercial

La ofensiva norteamericana sobre China ha sido materializada en la aplicación de aranceles aduaneros a un enorme número de mercancías chinas. La última tanda de los mismos, aplicada por la administración Trump a partir del 1/9/19, afecta exportaciones chinas por un total de U$S 300.000 millones. Los efectos de este enfrentamiento, iniciado en 2018, incluso han llevado al comienzo de la retirada de algunas empresas norteamericanas del territorio del país asiático, no hacia EEUU como prometiera Trump, sino a otros países de la región con salarios aún más bajos (aunque con peor infraestructura y organización de la producción que China). La guerra comercial amenaza incluso en convertirse en una guerra de monedas, como demostró Beijín a mediados de agosto con una leve devaluación del Yuan-Renminbi, aunque por el momento las autoridades del PCC se mantienen en una postura negociadora. De hecho, la presión imperialista para que China controle el nivel de endeudamiento y se abstenga de manipular la tasa de cambio de las divisas viene surtiendo efecto.

Hasta el final, el gobierno norteamericano tiene como objetivo la completa asimilación de China incorporándola al sistema de estado como una semicolonia. Reclama para ello que el país se incorpore al capitalismo aceptando su participación en la competencia del mercado mundial, pero bajo las leyes del capital, es decir, con la plena vigencia de la ley del valor. Ataca el peso en el control del sistema financiero por el Estado, es decir, pretende el control del mismo por los bancos imperialistas. Pero existe un enorme límite a estas pretensiones, límite que comparte también el programa de la burguesía China que busca la restauración capitalista utilizando las palancas del Estado para poder convertirse en una clase independiente. Este límite es la descomposición imperialista del sistema capitalista mundial como sistema de relaciones sociales, que se expresa cabalmente en las enormes dificultades que existen para la asimilación no sólo de China, sino también de Rusia.

El desafío de Hong Kong

Estos límites pueden constatase en las contradicciones que se expresan en la lucha de clases, porque se trata de límites concretos, imposibles de seccionar como mera “economía”. Actualmente, el desafío que están representando las manifestaciones en Hong Kong que llevan más de 3 meses contra la autoridad de la gobernadora Carrie Lam y el gobierno central, nos presentan en toda su complejidad y por caminos laberínticos el problema de la asimilación. Por una parte, los manifestantes desafían la imposición de la mano de hierro del PCC en una ciudad que tiene una tradición de gobierno autónomo, bajo las reglas capitalistas de una colonia británica. Por otra parte, es claro que la división del territorio Chino en regiones independientes, no sólo hablando de Hong Kong y Macao sino de las provincias interiores y otros cantones costeros, es claramente el destino más probable de la reversión de la principal conquista de la revolución de 1949, la unidad territorial de China. La izquierda y lo que queda del trotskismo de posguerra, frente a estas contradicciones, hecha mano de la teoría de los campos, apoyando en general a las masas movilizadas sin importar la peligrosidad del programa independentista que presenta su dirección. O en otros casos, apoyando el aplastamiento físico de los manifestantes en defensa de un supuesto “Estado Obrero” que en los hechos está dirigido por un cartel capitalista bajo el título de Partido Comunista hacia la restauración capitalista en base a la represión no sólo del movimiento en Hong Kong sino también de las expresiones sindicales que se vienen organizando los últimos años en las fábricas y otros lugares de trabajo contra las condiciones laborales paupérrimas y los bajos salarios. 

Revolución permanente

La tarea de los revolucionarios en China y Hong Kong pasa por levantar una pelea política por un programa de independencia de clase en el seno de la vanguardia que lucha contra las consecuencias de reversión social histórica que implica la restauración capitalista. El proletariado continental tiene la centralidad en este proceso, teniendo en claro que tal lucha revolucionaria es una lucha contra el imperialismo, y al mismo tiempo contra los restauradores del PCC. Por supuesto que es inimaginable una revolución sólo en los límites de Hong Kong, pero las movilizaciones en esa ciudad, bajo una dirección proletaria, sí podrían cumplir un rol importante llamando a los trabajadores de China continental a enfrentar al Estado con los métodos de la clase obrera y con un programa de transición para enfrentar a nuestros enemigos de clase en la disputa por los destinos del país. A donde va China no necesariamente debe estar determinado por el programa del imperialismo o por las intenciones del PCC. El proletariado, dirigido por un partido revolucionario armado con la teoría programa de la revolución permanente, tiene que imponer su propia salida, que es la de la revolución socialista y la conquista de la dictadura del proletariado y su extensión internacional. Apostamos a la reconstrucción de la IV internacional, cuya sección china está llamada a cumplir estas enormes tareas.

Publicado en Internacionales

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