En la reunión del G20, en la cual participó la Argentina, el presidente Fernández llevó el mandato del Frente de Todos de “no pagar la deuda externa”. Pero en los fundamentos de su moción decía “vamos a pagar, pero primero déjennos crecer”, con esa tarea Alberto se dedicó a buscar sacarse fotos con los líderes de los países imperialistas suplicando afecto y, mientras tanto, Guzmán negociaba la letra chica de la sumisión de la Argentina a los designios del FMI.
En medio de estas negociaciones estamos llegando a los últimos días de la campaña electoral donde el gobierno se ve como perdedor y con pocas chances de revertir la derrota de las PASO. Es por eso que intentan, dentro del caos que es la coalición de gobierno, pensar una transición con lo que le queda de mandato, para salvaguardar al régimen político y evitar una crisis mayor en su relación con las masas.
Quizás la mayor crisis que debe afrontar es la del peronismo como movimiento histórico, que fue una formación política que se conformó en el periodo de posguerra como un frente popular en forma de partido para contener los procesos revolucionarios que se estaban desarrollando al interior de la clase obrera de esa época y, mediante concesiones estatales, reforzar al semi estado burgués.
Hoy esa dirección contrarrevolucionaria ha perdido gran parte de su base social, y aquella idea de un estado de bienestar a lo Latinoamérica no podía prosperar por su relación con el imperialismo lo que ha generado una mayor descomposición de los semi estados y con ello la descomposición de las capas privilegiadas que viven del poder estatal.
El festejo por el 17 de octubre fue la expresión de una encrucijada histórica de un movimiento sin rumbo, reivindicando un periodo histórico que no volverá y una situación mundial que los lleva a tener poco margen para negociar las migajas que se le caen de la mesa al imperialismo.
Quizás por desesperación a que el PJ la traicione y la vuelva a dejar en el llano, Cristina fue de las pocas que en la efeméride del 17 esbozó una idea, obvio no de ella, pero que intenta dialogar con la época. En una disertación que hizo en la ex ESMA planteó que debían ir a un nuevo pacto entre el capital y el trabajo. Esto se estaba discutiendo antes de la pandemia, ya que el imperialismo considera que deben ir contra las conquistas que tuvieron que conceder en el periodo de posguerra ante el fantasma del comunismo y cuando aún existía la URSS, porque ese escenario ya no existe. Es significativo que mientras en Europa se desmonta ese famoso Estado de bienestar, en EEUU algunos procesos huelguísticos que se formaron en plena pandemia levantan algunas ideas de relaciones laborales que existían en los Estados de bienestar.
La traducción, a lo Cristina, es intentar una reforma laboral que quite conquistas a los trabajadores, no de forma burda como lo plantea Juntos por el Cambio, sino buscando legalizar la flexibilización laboral en las empresas. Plantea que hay que abaratar el costo laboral a las empresas e incorporar una mano de obra barata mediante la transformación de los planes sociales en planes de empleo, centralmente en los sectores de jóvenes, subsidiando el salario a los empresarios, como estamos viendo en la UOCRA, o modificando los tiempos de trabajo como vemos en Toyota. Y este plan requiere fortalecer a la burocracia sindical, aunque su idea es que sea su movimiento, La Cámpora, la que cope los sindicatos, cuestión de difícil resolución, ya que la gran mayoría de ese movimiento son parásitos del Estado.
Con todos los límites que tiene esa idea contrarrevolucionaria, es un intento de hacer sobrevivir a una fracción del peronismo intentando recrear una nueva base social en los movimientos piqueteros y en una nueva generación que ingresa a la producción sin el verso de que Perón te dio todo.
Esta crisis, que el FITU pretende canalizar mediante los votos, es una visión parlamentaria de las relaciones de fuerza dentro de un Estado, pero las relaciones de fuerza se miden en la producción, es ahí donde está el poder real de la burguesía y sus aliados.
La coalición gobernante se prepara para acordar con el FMI y llevar a cabo el plan que le dicten. Reforma laboral, fiscal, previsional y un mayor ajuste son parte de la hoja de ruta para los próximos dos años de gobierno. Para eso el FMI pidió unidad burguesa detrás de este plan, es obvio que esa unidad es contra los trabajadores y el pueblo pobre, pero podemos ser los que hagamos saltar por los aires el acuerdo con el FMI y el ajuste.
El viernes 11/3 a la madrugada se votó en la cámara de diputados el acuerdo con el FMI, contando con un amplio consenso entre el Frente de Todos y Juntos por el Cambio, mientras los K y sus aliados votaron en contra o se abstuvieron, sabiendo que la ley iba a salir. Mientras esto sucedía, en las afueras del Congreso se desarrolló una multitudinaria movilización en contra del acuerdo. Ahora se espera que se vote en el senado, donde Cristina ya planteó que está en contra, pero da a los senadores de su bloque libertad de acción para que voten según su conciencia.
Lo absurdo es que mientras Argentina intenta cerrar los números con el FMI, la situación mundial se ha modificado de forma sustancial ante la invasión de Rusia a Ucrania. Las variables económicas se han agravado aún más, con aumento de las materias primas, la aceleración del proceso inflacionario mundial y una acentuación de la crisis mundial, por lo que lo que se acuerde será muy inestable y casi imposible de cumplir. O sea que el peligro de default, a pesar del acuerdo, sigue en pie.
La votación en diputados mostró la gran unidad burguesa ante su amo el imperialismo para garantizar el programa económico de los grandes monopolios, para pagar la deuda externa con un brutal ataque a las condiciones de vida de las masas, a través de un ajuste, reformas estructurales y ataque a los salarios y las jubilaciones.
Esta santa alianza de las distintas fracciones de la burguesía y la pequeña burguesía, con los empresarios y la burocracia sindical, intentan hipotecar los destinos de nuestro país por los próximos 12 años que durará el acuerdo y en los que los primeros 2 años y medio habrá una revisión del FMI cada 3 meses, es decir, el imperialismo toma el control de la economía para garantizar que le paguen la deuda.
Mientras la fracción de los K posan de que se oponen al FMI, en realidad cuestionan la forma en que se negoció y el ritmo del ajuste, pero son respetuoso de las deudas y “pagadores seriales”, como solía decir Cristina. Los trabajadores no se deben confundir ante estas maniobras en las alturas, no serán estos sectores los que estarán en la lucha cuando se comience a aplicar el plan de ajuste del FMI, más bien serán los que intentaran contener para preservar sus privilegios del Estado burgués.
El FITU y sus diputados votaron en contra del acuerdo, fundamentando las consecuencias de dicho acuerdo, pero en sus intervenciones no pudieron desenmascarar el chantaje del gobierno y la oposición que plantearon una dicotomía entre acuerdo o el default. Ante esta disyuntiva, su respuesta fue que había otra salida que sería la de desconocer la deuda por ilegítima, como deuda odiosa. Es decir, apelar a la justicia, para mostrar lo ilegítimo de la deuda. Sostenemos que es un planteo errado y confunde a los trabajadores, si bien entendemos que el FITU busca diálogo con los sectores afines a los K y por eso plantean este tipo de discusión de la deuda, no ayuda en nada a esclarecer cuáles son las tareas de los trabajadores ante este ataque.
La intervención independiente de los trabajadores ante la falsa disyuntiva de acuerdo o default es una gran deliberación al interior de nuestra clase planteando que no vamos a pagar la deuda externa. Debemos pelear por la recuperación de los sindicatos y la expulsión de la burocracia acuerdista con el FMI de nuestras organizaciones, por el control obrero de las grandes empresas imperialistas, en el camino de la expropiación, por un Congreso de delegados de base que prepare las condiciones de la lucha por el poder con paros generales que refuercen la tendencia a una huelga general. De esta forma solicitaremos la solidaridad de los trabajadores latinoamericanos y de los países imperialistas para que nuestra lucha triunfe. No será en un juzgado donde se dirimirán las relaciones de fuerza, sino en la producción.
Debemos construir el partido revolucionario que pelee por un gobierno obrero.
Este nuevo aniversario del 19 y 20 de diciembre nos encuentra en medio de un brutal ajuste y ataque a los trabajadores. Políticos, patrones y burócratas sindicales, junto a la iglesia están tratando de garantizar la paz social para preparar el terreno del gran acuerdo y sumisión al programa del FMI.
El mundo se encuentra convulsionado, la crisis mundial se sigue desarrollando en medio de una pandemia. El proceso de crisis mundial se encamina a una recesión aguda con tendencias a una depresión y, podemos decir, que lo que prima en el estadio general del capitalismo no es el estancamiento (relación entre auges cortos y crisis), sino más bien en una tendencia a declinación de las fuerzas productivas.
La tendencia a la depresión económica se asienta en las dificultades de recuperación de las grandes potencias, en un escenario que ellos mismos han denominado “post pandemia”, al cual hay que sumar procesos de crisis de deuda y la aparición de una tendencia inflacionaria que no se veía desde hacía muchos años en las grandes economías.
Los trabajadores en Latinoamérica nos encontramos en medio de la crisis mundial con procesos de masas, enfrentando los embates de los gobiernos de turno que quieren imponer los avances en las condiciones de vida que nos arrebataron en la pandemia. Chile, Ecuador, Colombia, para nombrar algunos casos, muestran que las masas van a dar pelea ante el ataque.
A 20 años de aquel 19 y 20 de diciembre del 2001, en que una insurrección espontánea tiró al gobierno radical de la Alianza de De la Rúa, donde hubo 39 muertos y los responsables políticos siguen caminando por las calles, debemos seguir levantando bien alto las banderas de la lucha de clases, sacar lecciones de los acontecimientos y superarlos para triunfar.
La sub burguesía argentina sacó lecciones de esos acontecimientos y uno de sus mejores alumnos fueron los K, que pudieron garantizar salvaguardar el semi Estado y sus instituciones y cuidar los negocios de la burguesía y el imperialismo, pero solo de forma transitoria e inestable. Lograron cooptar a gran parte de los organismos de derechos humanos y a las organizaciones piqueteras que se habían formado al calor de la crisis. El movimiento piquetero influenciado por la izquierda sigue siendo a 20 años de aquellos acontecimientos un actor importante en los procesos de lucha.
El temor al 19 y 20 no es tanto que se repita, sino que está muy fresco en la memoria colectiva y gran parte de los que participaron en esos acontecimientos siguen siendo parte activa de las luchas a lo largo de estos 20 años. Una nueva generación nació a la lucha en esos días, o hizo sus primeras armas en la acción, y aún no ha agotado sus fuerzas y no ha sido derrotada físicamente y eso es un peligro latente para la burguesía. El macrismo aun recuerda el fin de su gobierno en los eventos en las afueras del Congreso cuando se trataba la ley de movilidad jubilatoria.
Debemos pelear en contra del acuerdo con el FMI, con el cual todas las fracciones burguesas tiene acuerdo, la disputa por el presupuesto que dieron en el Congreso lo demuestra, donde tanto el PJ como la oposición se peleaban por el nivel del ajuste.
Por eso es necesario un Congreso de delegados de base con mandato, que vote un plan de lucha unificado entre estatales y privados, que organice a los desocupados y trabajadores en negro, y prepare un PARO NACIONAL ACTIVO, con ocupaciones de fábrica, de edificios públicos, cortes de ruta, piquetes y bloqueos de los parques industriales, por el aumento inmediato del salario y jubilaciones hasta equiparar el costo de la canasta familiar, indexado al aumento de la inflación, la eliminación del impuesto al salario, contra el aumento de tarifas y de precios y el pase a planta de todos los contratados y trabajadores en negro.
Este va a ser un gran primer paso para reunificar las centrales en una sola y fuerte organización que permita centralizar la lucha y echar a los burócratas.
Por eso, contra el desorden capitalista la tarea de los trabajadores de vanguardia es preparar la toma y puesta bajo control obrero de las multinacionales que expolian al país, tanto de la industria como del campo, para imponer el control de la producción por ramas de la industria y los servicios y la escala móvil de horas de trabajo y salario, que nos permitirá ejercitarnos en la lucha por el poder y la instauración de un gobierno obrero.
Hace 20 años sectores de masas salieron a enfrentar el ataque sin organización, con direcciones reformistas y sin objetivos claros. Desde entonces ha corrido mucha agua bajo el puente y los trabajadores con la lucha, han alcanzado mediante la experiencia un acervo que les permite sacar conclusiones. Estas son: necesitamos un programa, una dirección y un método y organización obreros que nos permita no sólo resistir, sino ir por todo.
Lamentablemente, las variantes estatistas y reformistas ponen miles de obstáculos para que se saquen lecciones del camino recorrido. Incluso muchas corrientes que se reclaman de izquierda y participan de las luchas obreras, como el FITU, no alejan a los trabajadores de la influencia de las instituciones patronales, sino que, precisamente, los acercan, con su electoralismo y legalismo. Por eso desde la COR peleamos por la independencia de clase y por el enfrentamiento a los capitalistas, su Estado y sus instituciones.
La histórica derrota en las PASO de la coalición que gobierna el país generó una crisis interna en el Frente de Todos, entre la vice presidenta y el presidente de la nación, para dirimir quién es dueño de la derrota y cómo se debe seguir dirigiendo los destinos del Estado.
Esta crisis política en el seno del poder estatal desnudó la descomposición de las direcciones burguesas y pequeño burguesas en la administración de los negocios del gran capital extranjero y el capital nacional. Es una crisis histórica de los frentes populares en forma de partido, como fue el peronismo en sus orígenes, que, en el devenir de los procesos mundiales y la penetración imperialista en la región, fueron descomponiéndose de partido a coaliciones electorales, perdiendo base social.
Por eso esta coalición electoral, que en este momento entra en un impasse peligroso, contiene en su interior, no al pueblo o a la juventud maravillosa de los ’70, como pretenden hacer creer en sus visiones mesiánicas de reencarnación de Perón, sino a sectores que expresan los intereses capitalistas de distintas ramas. El albertismo es defensor de los intereses de los grandes laboratorios extranjeros, nacionales y la industria farmacéutica; Cristina expresa a sectores de la burguesía nacional y los pequeños productores y busca alianza con el capital chino y ruso y Massa es un alfil de los grandes capitales extranjeros, centralmente del imperialismo norteamericano.
Debe quedar claro para el conjunto de los trabajadores que ninguna de estas fracciones defiende los intereses de nuestra clase. En medio de las peleas, cartas, operaciones de prensa enviaron al Congreso el presupuesto 2022, donde continúan el ajuste y dan por descontado el acuerdo con el FMI, y ahí no hubo diferencias. Es de un cinismo brutal la pelea que están dando las distintas fracciones de la coalición. No es nuestra pelea, es una dirección contrarrevolucionaria que está defendiendo los intereses de sus verdaderos amos, los capitalistas.
En la crisis política en desarrollo confesaron que estaban haciendo un ajuste, que le robaron a los jubilados, que hicieron caer el salario real, que en plena pandemia tomaron decisiones políticas que causaron muchas muertes evitables, que sabían que venía la segunda ola de la pandemia y quitaron los subsidios. Esta es la verdadera foto para ver para quienes gobiernan.
Mientras, la oposición burguesa se prepara para aprovechar la debacle del Frente de Todos y mostrarse como la cara ordenada de las reformas y ajuste que exige el FMI. En eso no tienen diferencias con los caídos en desgracia del gobierno.
En tanto se desarrolla esta situación el FITU plantea que la solución es votarlos a ellos el 14 de noviembre. El régimen en su conjunto le debe estar agradeciendo semejante demostración de adaptación.
Ante esta situación debemos abrir un debate al interior de nuestra clase, siendo claros sobre que cualquiera sea la solución que se le dé a la crisis abierta en la coalición de gobierno, no traerá nada bueno para nosotros. La conducción de la CGT también está dividida por las internas burguesas. El ala de Moyano, Palazzo, Sassia y cía. tienen incluso la caradurez de intentar lavarse la cara planteando que a ellos también les cabe “autocrítica” por la crisis social y la miseria en la que han sometido a la clase obrera. Todo es demagogia para intentar seducir a sectores obreros para el FdT. Solo podemos confiar en nuestros métodos y en nuestras propias fuerzas. Debemos organizarnos para enfrentar el acuerdo con el FMI, el ajuste y las reformas que planean, como la laboral y previsional entre otras. Debemos formar oposiciones sindicales revolucionarias en las próximas elecciones sindicales para derrotar a la burocracia sindical cómplice del ajuste y de la gestión estatal de la pandemia. Tenemos que echar a la burocracia sindical de nuestras organizaciones. Debemos impulsar un Congreso de delegados de base con mandato para imponer un paro nacional y un programa obrero de salida a la crisis. Debemos reagrupar a los sectores de vanguardia del movimiento obrero industrial, a los sindicatos combativos, a las comisiones y juntas internas combativas y las organizaciones del movimiento de desocupados independientes en plenarios regionales o por zona para preparar la lucha contra los ataques que se vienen. Buscando la unidad en el enfrentamiento al imperialismo con las organizaciones obreras de los países de la región.
En esta crisis los trabajadores debemos intervenir de forma independiente y organizarnos para construir una dirección revolucionaria, que no es otra cosa que un partido para mostrar la potencialidad de nuestra clase convertida en vanguardia.
“El Talibán infestando todo y adueñándose de todo el país es algo altamente improbable” declaró solemne Joe Biden el 8 de julio de 2021 en la East Room de la Casa Blanca. Apenas un mes y escasos días después, el Talibán entraba en la capital afgana Kabul, tras la retirada del grueso de las tropas imperialistas y de la huida del presidente-títere, Ashraf Ghani. Biden apostaba a que el ejército afgano de 300.000 hombres pertrechado por el imperialismo controlara la situación, pero se desmoronó en semanas. Y dejó expuesto a su gobierno a una operación de evacuación nunca antes vista, “el puente aéreo más grande de la historia” según el propio Biden, que se ha convertido en la más humillante retirada jamás vista. Una nueva declaración alucinada del presidente yanqui, que dijo que EEUU había ido a Afganistán no a construir una nación democrática (nation Building) sino a desactivar la amenaza terrorista, fue respondida por una rama del ISIS con un atentado en el propio aeropuerto de Kabul con el saldo de más de 170 muertos, entre los que se cuentan 13 soldados de EEUU. El atentado del jueves 26 de agosto empujó a los aliados de la OTAN con tropas en el terreno a dar por finalizadas las operaciones de evacuación, dejando sola a aquella nación “líder del mundo libre” que había logrado organizar en torno a la ocupación a una coalición de 42 países. Los yanquis tienen plazo hasta el 31 de agosto para terminar la evacuación, plazo en el que solo esperan nuevos atentados e imágenes desesperadas de refugiados tratando de huir del caos que dejan tras de sí después de 20 años de ocupación militar.
La retirada de Afganistán es un botón de muestra de la situación complicada en que se encuentra el imperialismo norteamericano en la profundización histórica de su descomposición y en las dificultades cada vez más grandes que tiene para intentar saldar la crisis capitalista mundial. No solo es parte de las dificultades para dar una idea de salida a la pandemia, con la discusión de la pospandemia y un supuesto y anhelado auge de la economía mundial, que se choca con una perspectiva de pequeños rebotes y nuevas caídas que configuran más bien una tendencia a la depresión y a la agudización de los desequilibrios en todos los planos. Llegan a discusiones tan delirantes como que “gracias” a la variante Delta se están conteniendo las tendencias inflacionarias (!!). El gobierno de Biden y su coalición de gobierno, que apareció como un recambio frente al fracaso del cambio de orientación imperialista que significó la administración Trump, en muy poco tiempo ha chocado con todas las contradicciones que minan la hegemonía mundial de EEUU. Y se ve obligado a tomar decisiones en el plano de la retirada menos costosa, para un supuesto reordenamiento de fuerzas que nadie cree. Sobre todo los rivales estratégicos como China y Rusia, que toman posición. Los acuerdos entre China y el Talibán para consolidar el dominio territorial de ambos Estados y al mismo tiempo integrar al nuevo “gobierno” afgano en el cuadro del cinturón y ruta de la seda chinos es un ejemplo. La necesidad de EEUU de negociar con Rusia una red antiterrorista en el país es otro. Pero la principal debilidad del imperialismo norteamericano no es el desafío de los rivales sino la descomposición estructural, la destrucción económica y social, que su propio accionar siembra a cada paso. Guantea con su sombra, y está perdiendo. El problema es que ese avance de la descomposición destruye las condiciones de vida de nuestra clase y de los pueblos oprimidos del mundo.
Quizás sea verdad la declaración de Biden en cuanto a que el verdadero objetivo de EEUU en Afganistán y, agreguemos, en Irak, no fue “construir una nación” o, mejor dicho, construir desde afuera un Estado burgués semicolonial, moderno y democrático, a su imagen y semejanza. Quizás eso haya sido solo una excusa, y hayan seguido más bien la doctrina militar elaborada luego de la victoria yanqui en la guerra fría del “Shock and Awe” (Shock y pavor) que vociferaban los comandantes militares de Bush hijo cuando se llevaron adelante aquellas invasiones en 2001 y 2003, con el nefasto Donald Rumsfeld a la cabeza. Básicamente, se trataba de una táctica de terrorismo imperialista, que se desmoronó frente a la resistencia de grupos armados y de las masas iraquíes y afganas al poco tiempo de la llegada norteamericana, marcando muy tempranamente la derrota de las invasiones, aunque las tropas se quedaron en lo que llamaron un “empantanamiento”. La tesis del Imperio ejerciendo ese terrorismo de estado a escala global, igual que su contracara progre, el Imperio vs. la multitud de los autonomistas como Negri y Holloway, se vinieron abajo con la resistencia nacional de los pueblos oprimidos, que se desarrolló en Medio Oriente y más allá, y se sigue desarrollando a la fecha. ¿Será esta falacia la que nos quiere volver a vender Biden?
La contradicción entre la forma estatal de la dominación burguesa y la internacionalización de las fuerzas productivas, entre la socialización de la producción y la acumulación privada del capital, no puede resolverse en un supraestado burgués. Esto está quedando más claro con la decadencia de la hegemonía norteamericana. Pero no es menos utópica la idea de la creación de nuevos estados burgueses modernos en la época de las crisis, guerras y revoluciones. Y los intentos por llevarlo adelante han chocado una y otra vez con las contradicciones de las bases materiales engendradas (descompuestas) por el capitalismo. Esta discusión no sólo explica las utopías imperialistas, sino que nos mete en el debate de las propias fuerzas proletarias. La derrota del imperialismo en Afganistán tiene sabor a muerte, porque el talibán toma el poder. Esto solo puede explicarse por la crisis de dirección revolucionaria de nuestra clase.
Así, vemos como muchas corrientes del trotskismo centrista empiezan el clásico juego de encontrar el mal menor, algunas festejando la toma de Kabul por el Talibán, otras haciendo campaña por la democracia en Afganistán contra la persecución de las mujeres. Debemos ser claros: este momento de derrota del imperialismo no podrá ser capitalizado sin la intervención decidida del proletariado mundial del lado de los pueblos oprimidos de Medio Oriente. Debemos desplegar una campaña en los sindicatos por el retiro de todas las bases imperialistas de Medio Oriente y de todos los países oprimidos. Asimismo, es necesario que en los países imperialistas los sindicatos luchen por el ingreso sin restricciones de los refugiados, por igualdad de derechos laborales y por su integración a las filas de nuestros sindicatos según la rama. Los sindicatos de todos los países deben recurrir a todos los medios necesarios para ayudar a fortalecer y eventualmente reconstruir las organizaciones obreras en Afganistán, enviando fondos, víveres y defendiéndolas de los ataques del Talibán y los señores de la guerra. Es en esta pelea, donde los mejores y más decididos combatientes antiimperialistas de nuestra clase podrán actuar en conjunto y debatir el programa para enfrentar a los Estados imperialistas y sus lugartenientes en nuestras filas, la burocracia sindical, para sentar las bases de la reconstrucción de la dirección revolucionaria de la clase obrera, la IV Internacional y sus secciones nacionales. De ese modo, podremos colaborar en fortalecer a la vanguardia obrera en Afganistán y Medio Oriente, para dar la pelea por una Federación de Repúblicas Socialistas en la región sobre la destrucción de Israel, como forma política de la dictadura del proletariado. No puede existir ninguna otra salida para Afganistán, porque cualquier idea de Estado democrático nacional (la utopía estatista que siempre persigue el centrismo) carece de bases materiales por la dinámica misma de la descomposición del capitalismo.
La catástrofe de la retirada de Kabul es una advertencia también para las filas revolucionarias: nunca se estuvo tan cerca de que la consecución de una consigna progresiva como la retirada de las tropas yanquis de Afganistán esté tan lejos de hacer avanzar las posiciones del proletariado mundial. Debemos actuar con seriedad, rapidez y decisión. La lucha de clases no tiene piedad con los indecisos y los confundidos. Proponemos a las corrientes trotskistas que defienden el programa de la dictadura del proletariado realizar una Conferencia Internacional que prepare los pre requisitos para la reconstrucción de la IV internacional.
Los bombardeos sionistas sobre la Franja de Gaza lanzados por Netanyahu y las IDF (Fuerzas de Defensa Israelíes) el martes 11 y miércoles 12 de mayo son el más reciente acto de una escalada en la ofensiva sionista por despojar definitivamente a los palestinos de su derecho a autodeterminación nacional. Para el imperialismo e Israel, lo sorprendente fue la capacidad de Hamas de responder a las provocaciones con sendos ataques sobre Jerusalem y Tel Aviv, cosa que hace años no sucedía. El lanzamiento de cohetes cuya capacidad ofensiva es ínfima comparada con el poder de fuego de la fuerza aérea israelí, lejos de lo que pinta la propaganda sionista, es simplemente una respuesta a la nueva ofensiva colonialista del sionismo.
Los elementos de la coyuntura que encendieron los enfrentamientos están relacionados a una serie de provocaciones montadas por la entidad israelí y por movimientos de la ultraderecha sionista. El día lunes 10/5, la corte suprema de Israel debía fallar en un juicio de desalojo de habitantes palestinos de los barrios de Sheikh Jarrah y Silwan, en Jerusalén Oriental. Finalmente la corte no emitió su fallo ese día, pero ese hecho hizo girar en torno a sí la metáfora del despojo de un pueblo de su territorio, sorpredentemente incitando a movilizaciones de festejo ya que todos los 10 de mayo el sionismo “celebra” su ocupación de Jerusalén Oriental en la llamada guerra de los 6 días de 1967. Este año, la movilización fue organizada por la ultraderecha, y pretendía pasar de forma intimidatoria no sólo por los barrios palestinos de la ciudad, sino también ultrajar los templos religiosos musulmanes. Las fuerzas de seguridad del sionismo, por su parte, ejercían presión sobre la población palestina restringiendo la posibilidad de reunión en torno a los templos, especialmente la Mezquita de Al-Aqsa, con el argumento de las medidas sanitarias anti-COVID. Por supuesto, mientras declaman que la población israelí ya alcanzó la inmunidad de rebaño gracias a la vacunación masiva sostenida por los sionistas y el imperialismo, podemos preguntarnos… ¿cuántos palestinos habrán recibido la vacuna? Otra metáfora más de este sistema podrido. Sin embargo, las provocaciones no quedaron sin respuesta: los palestinos enfrentaron a las fuerzas de seguridad en la ciudad vieja de Jerusalén, la marcha ultraderechista tuvo que ser desviada por las autoridades, y frente a la represión de las manifestaciones palestinas, los grupos armados Hamas y Yihad Islámica iniciaron el ataque con cohetes sobre Jerusalén, el que continuó al día siguiente sobre la capital económica, la “inexpugnable” Tel Aviv, poniendo a prueba el escudo anti-proyectiles “cúpula de hierro” israelí.
A partir del lanzamiento de los cohetes, las IDF avanzaron y recrudecieron sus bombardeos sobre la Franja de Gaza, registrándose también enfrentamientos en Cisjordania (margen occidental del río Jordán) y, otra novedad, choques dentro de la propia Israel en ciudades con población árabe numerosa como Lod. Con el correr del tiempo, las manifestaciones en apoyo a los palestinos se han expandido a otras ciudades del mundo árabe, como Amman (Jordania) y Beirut (Líbano), e incluso a Londres, Chicago y otras ciudades europeas y de EEUU. Al momento de escribir esta nota, continúan los bombardeos israelíes y el lanzamiento de cohetes por el lado palestino, con un saldo de al menos 65 palestinos, entre ellos 14 niños, y 7 israelíes muertos (El País, 12/5) y cientos de heridos.
Para completar el cuadro, también hay que tener en cuenta sendas crisis políticas que atraviesan tanto a Israel como a la AP. Israel viene de 4 elecciones fallidas, que no han logrado hasta el momento el establecimiento de una mayoría de gobierno en su sistema parlamentario, aunque han registrado el corrimiento hacia la derecha y extrema derecha de las posibles coaliciones, presionando al gobierno a una línea dura, cada vez más propensa a completar la limpieza étnica. En tanto, Abás del movimiento Fatá, actual presidente “virtual” de una AP sin control territorial, decidió posponer las elecciones de la AP, lo que desató una crisis con Hamas, que controla la Franja de Gaza y según los cálculos estaría en posición ganar esas elecciones.
Es necesario recordar que antes de la ocupación sionista, comenzada antes de la creación de Israel, el territorio donde hoy se asienta el enclave sionista y los territorios palestinos semi-ocupados era la Palestina histórica. Luego de la partición, como literalmente fue denominada por la ONU, Israel no sólo desalojó a los habitantes palestinos que poblaban su “mitad”, sino que se ha dedicado a anexionar el resto del territorio. En la guerra de 1967, invadió Jerusalén Oriental, la Franja de Gaza y Cisjordania, junto con los Altos del Golán (Siria) y el Sinaí (Egipto). Luego de los diferentes acuerdos de paz, de Camp David a Oslo, el proyecto del imperialismo yanqui fue intentar negociar un statu quo creando una fantasmagórica Autoridad Palestina (AP) para regir, bajo tutela de Israel, lo que sería un futuro Estado Palestino en los primeros 3 territorios. Hay que notar que la Franja de Gaza, por una lado, y Cisjordania y Jerusalén Oriental, por el otro, no tienen continuidad territorial alguna: el territorio Israelí los separa. Este fraude de plan, que adquirió más tarde el nombre de hoja de ruta, ni siquiera se llevó adelante, con el ala dura del sionismo avanzando en la colonización de Cisjordania y Jerusalén Oriental a través del movimiento de los colonos y el establecimiento de puestos de control. Hoy, 220.000 colonos sionistas han establecido residencia en la “parte palestina” de Jerusalén, reclamando el derecho a “retornar” a las tierras previas a la partición, derecho que niegan a los palestinos no sólo de los territorios semi-ocupados, sino de los campos de refugiados de los países árabes y que emigraron al resto del mundo.
Bajo el gobierno de Donald Trump, Netanyahu e Israel lograron un avance importante que fue el reconocimiento de Jerusalén como capital indivisible, estableciendo EEUU su embajada en la ciudad. Esto cambió el estatus y mostró un vuelco aún más abierto del imperialismo a favor del sionismo y bloqueó cualquier intento de negociar algún tipo de acuerdo de una paz. Esta línea fue seguida por varios países árabes, como Marruecos y varios estados del Golfo Pérsico, y también tuvo un apoyo importante en la dictadura del general Al-Sisi en Egipto, que selló la frontera occidental a la Franja de Gaza, único territorio palestino donde las fuerzas de seguridad israelíes no tienen control, aunque se trata de una verdadera cárcel a cielo abierto asediada por los aviones sionistas, que hoy descargan sus bombas sobre la población.
Hoy, existe una gran incógnita en relación al plan de Joe Biden para la región. Si bien discursivamente se ha mostrado proclive a un mayor balance para intentar retomar las negociaciones, el actual conflicto es una prueba de fuego para probar su capacidad de disciplinar al ala extrema sionista y a la vez intentar liquidar a través de negociaciones las aspiraciones de liberación nacional palestinas bajo la tutela imperialista permanente de la AP o cualquier otro artefacto que sirva a esos fines. El resquebrajamiento de las instituciones de posguerra, que de hecho crearon a Israel (ONU), es el problema estructural que enfrenta para dar cualquier salida al problema.
El proletariado de todo el mundo y su vanguardia debe tener claro que no se trata de un enfrentamiento “de siglos” (el sionismo comenzó a colonizar Palestina a principios del Siglo XX e Israel fue creado en 1948) entre dos pueblos sino de una lucha entre una nación oprimida y el establecimiento de un enclave imperialista en el corazón de Medio Oriente para controlar sus intereses estratégicos y el petroleo. El sionismo es una ideología y un movimiento reaccionarios, que postularon una salida para el pueblo judío, perseguido durante siglos, basada en la colonización de un territorio habitado por otro pueblo y para defender los intereses del imperialismo. Por eso, decimos que Israel ni siquiera es un Estado burgués propiamente dicho, sino un engendro imperialista creado en el momento de su mayor descomposición. Los revolucionarios y la vanguardia de la clase obrera debemos intervenir en este conflicto del lado de los palestinos, con acciones que afecten al imperialismo y su maquinaria militar en la producción, como el paro en las industrias imperialistas y el bloqueo de los transportes destinados o provenientes de Israel. Debemos sostener todas las movilizaciones por el fin de los bombardeos israelíes, por el fin del bloqueo de Gaza y por la retirada de los controles y colonias de Jerusalén y Cisjordania. Los trabajadores de los países de la región, en primer lugar sus batallones centrales de la rama petrolera, tienen la llave para avanzar en la expulsión del imperialismo de Siria, Irak, Libia y, por supuesto, Palestina, luchando contra los gobiernos burgueses árabes que son cómplices y socios del imperialismo. Tienen un gran aliado en, y deben buscar el apoyo de, el movimiento obrero de Europa y EEUU, que sufren los ataques del imperialismo para descargar su crisis y los costos de la pandemia.
¡Por la destrucción del Estado de Israel!
¡Por una Federación de Repúblicas Socialistas de Medio Oriente y el Magreb!